Donosti

Aquí ando de nuevo después de un tiempo sin poder escribir nada decente. Os desearía feliz Navidad y tal pero de lo único que tengo ganas es de que se acabe ya este condenado (por no decir 'puto' que suena muy mal) año y comience el próximo.

He estado recientemente en Donosti, en una reunión necesaria con gente necesaria (aunque echando de menos a alguien que a la próxima avisaré con tiempo para que se venga) en el momento preciso. Fue un fin de semana de desahogo, dos días intensos en los que apenas hizo falta hablar de nada porque bastaba con mirarnos y con dedicarnos una sonrisa y una palmada en el hombro o un abrazo de los que te dan ganas de llorar. Detalles y risas que curan las enfermedades del alma y que recuerdan que el camino que uno hace no lo hace solo sino (en mi caso al menos) bien acompañado. Necesitaba volver a viviros '-taytantas' horas consecutivas porque NUNCA he echado tanto de menos vuestra presencia. Y como lo sabéis no voy a llenar este post con más explicaciones de lo que sois o dejáis de ser. He de decir que Donosti es una ciudad que enamora, que lo tiene todo y además cerca, que te integra cuando la pisas y que te atrapa para que no escapes. Mar norteño del que me gusta, movidito y rugiente. La noche para colmo está viva y el ambiente es digno de fagocitar. Me gusta.

Aparte de este reencuentro ha habido otros. A 'chupitera' (por no llamarte 'Tetona' públicamente) tengo que agradecerle su saber escuchar y su incondicional amistad durante tantos años. No sé cuántos litros de café ni cuántas penas y alegrías nos hemos bebido juntos a lo largo de los años ni sé los que quedarán. Que aunque sé que soy bastante impresentable muchas veces dentro de poco toca otra jornada cafetil.
Por lo demás las cosas son las cosas, y ya he escrito demasiados post con el mismo tinte de dar pena/pulir pena, así que de momento voy a olvidar ciertas cosas que se dedican a hacerme lisis por dentro y así os hago un favor.

Divago, con permiso:
Son sólo segundos, sólo ínfimas fracciones de lluvia que gotea constante. Uno tras otro consumen y muerden, hincan rabiosos sus dientes en la carne de un presente que podría ser otro. Liban ilusiones que se mal borran dejando fantasmas en lugares poco propicios, en rincones oscuros y húmedos transitados sólo por algún yo despistado. Quizá sea así cómo debiera ser, no gusta ser espectador pero intervenir puede ser peligroso.