viernes, 20 de junio de 2008

Desierto.


La bonita luz que sostenía en sus manos se volvía pálida. Lánguida. Era la tercera vez que le preguntaba por qué no respondía. Y no lo hacía. El sudor comenzó a bailar por sus palmas, a gotear entre sus dedos. El brillo temblaba, se volvía intermitente y frío como el azul. Como una guadaña. Como el desierto.
La bonita luz que moría en sus manos le hacía cosquillas. Las más desagradables de su vida. Dolía. Hasta respirar, hasta pensar. Incluso le dolía perdurar. Como al desierto.
Sentía cómo tartamudeaba en un reposo desquiciante. La sentía sentir nada y vacío... aullaba en cada destello y cada destello era un cuchillo. Un cuchillo azul manchado de tristeza. Como la del desierto.
Cerró sus manos alrededor de aquella pequeña estrella. Cerró con fuerza los ojos, a lo mejor así volvía a lucir como antes. Y pasaron dos días o dos meses o un segundo. No pasó nada. Y de la rabia se mordío la lengua hasta sangrar. Abrió sus manos y nada había cambiado.
"Tranquila... nunca dejaré que mueras" y clavando sus dedos en el pecho, lo abrió gritando de dolor y allí la guardó... en el desierto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Oyeeeee.... a ver si movemos el coco, que tus lectores nos pasamos todos los dias y queremos leer un trocito de ti cada dia...nos tienes desatendidos, hombre ya!!!!

Mil besotes, te veo luego amore!

Evix.